jueves, 14 de febrero de 2013

San Valen†ín.

Hoy es ese día en el que los que están enamorados lo están aun más, al igual que los que están deprimidos.
En el que gente que el resto de los días del año se dedica a destrozar los sentimientos de las personas hoy cree en el amor.
En el que los que todos los días se matan a insultos y discusiones hoy son la pareja ideal. 
Pero aunque hoy todo sea rosa, mañana volverá al gris.
¿No nos cansamos de fingir?
¿No nos cansamos de cambiar de actitud solo por un número en el calendario?
Yo sí. 

martes, 22 de enero de 2013

Una cosa no quita la otra.

7:00 Me levanto.
7:15 Termino de desayunar.
7:40 Termino de arreglarme.
7:50 Termino de preparar las cosas y salgo de casa.
8:10 Llego al instituto.
8:15 Comienzan las clases.
Y hasta las 14:30 no vuelvo a casa.

Todos los días son así, simple rutina. Casi nunca suele pasar nada nuevo, diferente. Los días no son buenos ni malos, solo son días. En ninguno de ellos sucede algo que sigue en mi cabeza cuando llego a casa. Excepto hoy.

Serían alrededor de las 8:07 cuando subía la calle que separa mi casa de la rotonda que hay antes de mi instituto. Es una cuesta un poco pesada, pero me despeja. Me permite mantenerme despierta por lo menos hasta segunda hora. Nunca pasa nada interesante mientras subo esa cuesta, o igual voy tan dormida o tan concentrada en mis auriculares que no me importa lo que pase alrededor. 
Aunque sí que me fijo en la gente con la que me cruzo. La mayoría estudiantes, jóvenes que van a la universidad, o a otro centro de estudios cercano al mío. Personas mayores que van al médico o gente paseando a sus mascotas. Lo normal. 
Todos los días paso por el mismo banco antes de llegar al instituto. Ese banco se encuentra enfrente de otro banco. Son bancos diferentes. En uno descansas después de una larga caminata, o te sientas a observar el paisaje. El otro se dedica a lo contrario: te agota, te quita el sueño, te oprime el pecho en algunas ocasiones exigiéndote dinero que ni siquiera sabes de dónde sacar. Una palabra para dos significados tan distintos. En uno de esos bancos, no hace falta decir en cual, habita una señora. Una señora que siempre está envuelta en mantas y cartones. Nunca le he visto la cara, hasta hoy. Cada vez que paso está durmiendo, arropada hasta arriba con edredones. Edredones que al verlos piensas: parecen calentitos. Parecen calentitos en una casa con la calefacción puesta a veinte grados, no en la calle, a las ocho de la mañana con dos grados calándote los huesos de frío. Hoy por fin le he visto la cara, y en lugar de parecer deprimida por su situación (yo lo estaría) tenía una expresión de satisfacción en el rostro. ¿Por qué? Se preguntaría cualquiera. Por algo tan simple como estar enfrascada en la lectura. 
A muchos esto les parecería ridículo, pues para la mayoría los libros no sirven más que para dar quebraderos de cabeza en época de estudios o avivar la lumbre en invierno. Pero para la señora no, ni para mí tampoco. Esta mujer parecía completamente abstraída del mundo tan horrible en el que vivimos. Parecía como si no le importara estar durmiendo en la calle en pleno enero, es más, parecía disfrutarlo. 
Cada día estoy más convencida que leer un libro puede salvar vidas, puede sacarte de una depresión o meterte más en ella, y puede hacerte la persona más feliz del mundo por unas horas. 
Y aun así esto me parece tremendamente injusto. Injusto que alguien que tenga tan poco en la vida pueda ser feliz con esa facilidad, mientras que gente que lo ha tenido todo en su vida se empeñe en hundirse en su propio sufrimiento por mero aburrimiento. Injusto porque esa señora podría haber estudiado lo que hubiese querido y podría estar ahora mismo en un hogar digno, sin tener que pasar frío o hambre. Porque igual esa señora fue sacada de un colegio por cualquier razón, cuando ella disfrutaba estar entre libros, apuntes y conocimiento, y debido a esa falta de formación ahora tenga que vivir en la calle. ¿Y si esa señora encierra en su mente la cura contra el cáncer pero por no haber tenido dinero o tiempo se llevará ese saber a la tumba? 
Aun así aquella mujer no parece querer dejar de hacer lo que le gusta. Porque no tener un techo bajo el que dormir no implica querer pasar un buen rato entre las páginas amarillentas de un libro que has leído veinte veces, o el olor a nuevo de un libro que te mueres por leer. No tener un techo bajo el que vivir no quiere decir que no tengas inquietudes o deseos que van más allá del dinero. Pero claro, cómo se va a creer esto mi generación, si lo mejor que sabe hacer con un libro es usarlo para nivelar una mesa coja. 

domingo, 13 de enero de 2013

Año nuevo, la misma mierda.

De verdad esperaba que el año empezara bien, o al menos, mejor de lo que terminó el anterior. Esperaba que este año pudiera cambiar en algo la mala racha de todos, que ocurriera una especie de milagro navideño, que todo fuera felicidad, que todo fueran risas, que lo malo dejara de importar.
Supongo que no. Soñar es gratis, dicen, pero lo que no te cuentan es lo caro que te sale volver a la realidad después de soñar. Todos los días me acuesto con ganas de cambiar, de comerme el mundo. Durante la noche sueño que soy quien de verdad quiero ser. Que no me disgusta lo que veo en el espejo, que no me importa lo que digan cuatro tontos, que me enorgullezco de lo que soy, he sido y seré algún día. Que tengo las ideas claras, que mis metas por fin se van a cumplir. Sí, sueño muchas cosas, pero cuando me despierto con el golpe de la alarma del móvil todo se esfuma, como si me hubiesen despertado con un chorro de agua en toda la cara, y todas esas cosas buenas se van por el desagüe. 
Lo cierto es que me dan miedo los espejos, y que dura más en mi cabeza una palabra mala que mil buenas. Que la inseguridad cada día es más grande que yo, mientras me hago pequeña en una esquina de mi habitación. Que esas ganas de comerme el mundo se esfuman, porque ni siquiera puedo pronunciar la palabra comer sin que me entre un escalofrío. Porque es difícil hacer una vida tranquila cuando todo cuenta. Cada bocado. Cada caloría. Cada lágrima. Cada palabra. ¿Todo cuenta? No, no todo. El tiempo invertido en ejercicio, el tiempo en comer lo mejor posible, el tiempo empleado estudiando todas y cada una de las palabras de aquel libro cuyo número de páginas superan hasta el número de las pesadillas que me atormentan últimamente cada noche, que no son pocas. ¿Para qué? Para que en la báscula sigan subiendo dígitos sin que pueda evitarlo, al mismo tiempo que las calificaciones, que bajan acompañadas de mis expectativas de futuro, que cada vez son menos, por no hablar de mi grado de autoestima, que brilla por su ausencia. 
Sin duda, lo que yo creía que iba a desaparecer con el 2012, en 2013 va a peor. Y mañana es lunes.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Adiós 2012


Podría haber sido mucho mejor, pero también mucho peor, ¿no? 
2012, me has hecho reír y, sobre todo, llorar, pero te vas para no volver.
Querido 2013... Please, be awesome.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Feliz fin del mundo.

Debería estar preocupada. Mañana se acaba el mundo y todavía no he ido a ningún concierto de A Day To Remember. Aún no he viajado a Londres. Aún no he probado el Jägermeister. Aún no me he casado, no he tenido hijos, no he disfrutado de mi viaje de bodas en Nueva Zelanda. Aún no le he dado las gracias a JK Rowling, ni he participado en algo tan grande como lo que sale en V de Vendetta. No he terminado el bachillerato. Aún no he aprobado historia ni una sola vez, y tampoco he sabido pasarme el Majora's Mask. ¿Te lo puedes creer? Aún no me he leído el Hobbit, ¡ni he terminado de ver Sobrenatural! Ni Doctor Who, ni Juego de Tronos, ni siquiera Pequeñas Mentirosas. Tampoco he terminado Gossip Girl (aunque ya me sé el final. Gracias Tumblr.), y he de decir que ni siquiera tengo en mis manos el Silmarillion. Aún no he abrazado a toda la gente que se lo he prometido, aún no he ido a visitar a todos aquellos que viven lejos. Aún no he sido capaz de decirle que me gusta más que el resto, ni siquiera soy capaz de decirle a cuatro tontos que no los aguanto más. Aún no he salido en ningún vídeo de alguien famoso, y no, ¡¡aún no tengo ningún tatuaje!! No he aprendido todavía a tocar la guitarra, ni aún he tenido la suerte de verme en el espejo y que me guste lo que veo. No he sacado demasiadas sonrisas ni he secado suficientes lágrimas. Aún no he aprendido a superar las críticas. Aún no he conseguido terminar de escribir un libro.

La mayoría de las personas están igual que yo. Mañana se acaba el mundo y nadie ha conseguido hacer todo lo que tiene en mente, absolutamente todos tienen algo de lo que arrepentirse y algo que les falta para completar su vida. Es lo malo de estas cosas, todo el mundo se preocupa de que mañana, según los Mayas, se va a acabar el mundo, sin darse cuenta que los que acabamos con él somos nosotros. A diario mueren millones de personas en todo el mundo. Muchos mueren de hambre mientras nosotros nos hinchamos a turrón y polvorones. Otros mueren de enfermedades mientras los que deberían financiar las investigaciones de esas curas se llenan los bolsillos de dinero que haría falta a muchas otras personas. La gente se dedica a ir a colegios de educación primaria y asesinar a un montón de niños. En los informativos ocultan la verdadera situación crítica del país calumniando a personas sobre actividades, en teoría, ilícitas. Millones de personas son desahuciadas de sus hogares mientras otros tienen varias casas en países que se hacen llamar paraísos fiscales. Los programas dejan de preocuparse por la terrible crisis económica, política, social e incluso moral por la que estamos pasando para hablar sobre la Navidad. Nos felicitan las fiestas. Qué irónico, ¿eh? Estoy segura de que este año muchísima gente va a disfrutar este año de la Navidad. Pregúntale a los familiares de esos críos que murieron en Connecticut. Pregúntale a los amigos de las chicas que fallecieron en Halloween en el Madrid Arena. Pregúntale a esos cabezas de familia que han sido echados de sus hogares y no pueden darle unas fiestas dignas a su familia. Pregúntale a esos niños que se están muriendo de hambre mientras ven al de al lado con los carrillos llenos de comida. Pregúntale a toda esa gente si lo va a pasar bien en Navidad, a ver qué te responden. 

Sinceramente, que mañana se acabe el mundo me da rabia, pero si te pones a pensar, el mundo, como tal, terminó hace mucho tiempo. Así que no me queda otra cosa que imitar a todo el rebaño y decir Feliz Navidad y Feliz Fin del Mundo. :)

viernes, 9 de noviembre de 2012

I was born, I have lived, I will surely die.

Últimamente me suelo preguntar muchas cosas antes de irme a dormir. Me tumbo en la cama, me coloco los auriculares y me pongo a mirar al techo, y a pensar. Y pensar. Y qué voy a hacer si no apruebo todo. Y qué voy a hacer si no me da la nota en selectividad. Qué voy a hacer si no soy lo suficientemente apta para estudiar lo que yo quiero. Qué voy a hacer cuando sea demasiado mayor para vivir con mis padres. Qué voy a hacer cuando tenga que buscar una casa. Qué voy a hacer cuando termine la universidad y no sepa dónde buscar un trabajo. Qué voy a hacer cuando no me quede dinero y no tenga ni idea de dónde sacarlo. Qué voy a hacer cuando me haga mayor y nadie haya sabido soportarme. ¿Me casaré? ¿Tendré hijos? ¿Realmente habrá alguien para mí ahí? ¿Encontraré un trabajo que me llene? ¿Tendré para comer? ¿Acabaré sola y deprimida, yendo al psicólogo y hartándome a antidepresivos? ¿Viviré rodeada de gatos? ¿Conseguirá este mundo acabar conmigo o seré más fuerte? 

No me gustan los cambios. No me gusta saber que un día no muy lejano mi hermano se irá de casa y me dará la sensación de haberme quedado sola. No me gusta la idea de que dentro de nada habré acabado lo que para mí es la rutina de ir a clase todos los días, y que empezarán las responsabilidades de verdad. Ni el frustrarme porque nadie es lo suficientemente bueno para mí, o, probablemente, viceversa. Ni el tener un día que cuidar a mis hijos, viendo cómo pasan por lo que yo pasé y saber que esos días no van a volver. Ni el olvidar a los amigos que tengo ahora, aun no siendo muchos. Ni el dejar por el camino a mis seres queridos que ya vivieron lo suficiente. Ni enviudar o dejar viudo a nadie. No quiero cambiar, no quiero crecer, no quiero pensar en ello siquiera. Creo que debería quitarme los cascos y dormir ya.